Cuando René Magritte pintó Ceci n´est pas une pipe muchos pensaron que se trataba de un capricho surrealista del pintor, una broma pensaron otros. No entendían como un cuadro, en el que se reflejaba la imagen de una cachimba, tuviese un título contradictorio.
Es habitual creer que entendemos un cuadro cuando reconocemos, en él, una imagen de nuestra realidad cotidiana, de la misma manera que decimos no comprenderlo cuando lo que aparece no es un objeto identificable.
Entonces ¿que propone Magritte con esa imagen?, ¿nos quería confundir? O ¿quería apercibirnos de nuestra confusión cuando nos aproximamos a una obra de arte?
Muchas de las muestras pictóricas anteriores al siglo XX, solían tener un componente narrativo. El arte era considerado un vehículo para contar otras cosas, generalmente al servicio del poder establecido, ya fuese la monarquía, la Iglesia o ambas.
El arte tenía una dimensión simbólica, y servía para dotar de mayor relevancia a una serie de valores o creencias. El artista, a pesar de su reconocimento o grandeza, ocupaba un lugar subsidiario. El magnífico Velázquez tenía, entre sus labores, la misión de encender la leña de la chimenea de Palacio.
Para el poder, el arte era un medio para permanecer. Para los pintores, las imágenes del poder eran pretextos para la consecución de su obra.
Los pintores naturalistas necesitan partir de realidades externas que luego transforman según sus intereses y capacidades. Magritte, en cambio, nos muestra algo reconocible pero, al mismo tiempo, nos dice que no es eso, que el cuadro es otra realidad distinta, que es pintura y materia.
Magritte nos propone una reflexión acerca del lenguaje y nos sugiere la necesidad de considerar la realidad pictórica y sus fundamentos.
Arte concreto definía Theo Van Doesburg a lo que habitualmente se entiende por arte abstracto.
Cuando el arte se vuelve hacia si mismo, cuando se concreta, aparecen el tono, los ritmos, la composición, la materia y el gesto. Percibimos su auténtica realidad, libre de compromisos con el poder, o con realidades que desvían nuestra atención hacia cuestiones que desde el punto de vista del artista son anecdóticas.
La diferencia entre un buen cuadro de otro que no lo es, radicaría en su construcción sensible y no, en que sea figurativo o abstracto-concreto.
Todo lenguaje es un intento de aprehender la realidad y, por tanto, es una vía de conocimiento. Con el lenguaje describimos lo que nos rodea, pero también hacemos nuevas formulaciones que transforman las estrategias de percepción y al lenguaje mismo. Sea científico o plástico, el proceso se inicia con una aproximación intuitiva, sigue con un análisis y concluye con una reflexión.
De cómo percibimos la realidad tiene mucho que ver el contexto cultural en que nos desarrollamos. Nuestros planteamientos lingüísticos poseen aspectos que definen nuestra cultura.
Por cultura se entiende, popularmente, una acumulación de conocimientos que confiere notoriedad a quien los posee. Pero el término es más amplio. Se trataría, más bien, de un gran sistema de clasificación de la realidad en el que se identifica lo socialmente aceptado, es decir, los convencionalismos sociales de lo que está bien y lo que está mal. Englobaría la producción consciente e inconsciente y nos ubicaría en una manera de pensar y ver el mundo.
La cultura hace, necesariamente, converger a los ciudadanos y permite comportamientos sociales eficaces. Sin embargo, estas convergencias o lugares comunes no explican toda la verdad. Cuando estudiamos otras lenguas y/o viajamos, nos damos cuenta, mejor, de las particularidades de la cultura propia y de la ajena.
La forma de construir las frases, los sonidos, las manifestaciones musicales, artísticas, etc son diferentes.
Lo mismo podríamos decir de las distintas subculturas en las que cada profesión se desarrolla. No ven el mundo igual un físico, un ingeniero o un pintor.
A veces la posición del analista o del objeto analizado varía. No es lo mismo observar el mundo a través de un microscopio que desde otro lugar. Si nos aproximamos a la naturaleza de la materia, microscópicamente, percibiríamos movimiento y vacío. La física cuántica está adquiriendo cada vez más importancia.
Si con Magritte consideramos el lenguaje pictórico y hablamos de la realidad exterior como pretexto. El contexto en que se desarrolla una acción transforma la naturaleza misma del objeto.
Marcel Duchamp escandalizó a la sociedad llevando un urinario a un museo. Este objeto, rebajado por su condición de recoger las inmundicias malolientes que caracterizan nuestros procesos metabólicos, se transformó en objeto estético al trasladarlo de contexto. En el museo se reparó en sus formas y cambió su función.
En los cuentos infantiles existen muchos ejemplos de los caprichos del contexto y su influencia en cómo nos ven o nos percibimos (La Cenicienta, El Patito feo, etc).
El contexto social o cultural no es estático, varía históricamente. Son muchos, los grupos o revoluciones, que tuvieron sentido en una época, pero que se desnaturalizan en otra.
Lo clásico sería aquello que no sucumbe a las veleidades de la moda, aquello que perdura. Identificar lo clásico con lo figurativo es otro error común. La vigencia de una propuesta no tiene, necesariamente, relación con la representación de la naturaleza. Esta puede ser constructivista, expresionista, cubista, ser naturalista o no serlo.
Con los objets trouvés, Duchamp propone otra mirada. Observar el mundo con ojos nuevos y transformar modestos materiales en objetos de lujo, es tarea de todo artista.
Los niños, que ven el mundo con ojos nuevos, que todavía no están sujetos a alienaciones demasiado convergentes, son capaces de producir obras de una gran dimensión plástica.
Picasso siempre quiso llegar a pintar como un niño y Dubuffet se inspiró en sus trabajos para proponer con su Art Brut composiciones no sujetas a convencionalismos.
Es un lugar común considerar el arte moderno como una broma o decir que lo que cuelga de las paredes de los museos lo pueden hacer niños de tres años. Es posible que la segunda preciación sea correcta, no así, la intención con que se dice. Probablemente un niño sea capaz de hacerlo, pero no cualquier adulto. La aparente torpeza, y la libertad, con que los niños realizan sus trabajos, tuvo un valor muy reconocido por las vanguardias del siglo XX.
El error, así considerado por los convencionalismos convergentes, ofrece la posibilidad de buscar nuevos caminos.
El pensamiento creativo está relacionado con la divergencia. La capacidad de asociar, libremente, ideas y de que éstas sean diferentes, puede conducir a soluciones, científicas o artísticas, que nos ayuden a mejorar.
Crear también supone tomar decisiones y, por tanto, la posibilidad de cometer errores y exponernos a la crítica. No todos están dispuestos a aceptar ese riesgo. El coste de luchar por la libertad es, a veces, tan insoportable que preferimos cambiarla por la simulación y el confort.
Las cuestiones que deberíamos formularnos, entonces, serían: ¿Qué grado de divergencia estaría dispuesta a asumir la sociedad para que pudiese funcionar con eficacia? y ¿Cuál sería la naturaleza misma de la eficacia?
Abraham Moles (Sociodinámica de la Cultura) nos habla de la función de los medios de comunicación en el acondicionamiento del mensaje. Son muchos los creativos, publicistas o periodistas, que pescan en las propuestas del micromedio intelectual, minoritario y elitista, para orientar la información y hacerla comprensible por el target al que va dirigido. El cine de Hollywood no es una excepción.
Los procesos educativos, que buscan la integración de los educandos en un modelo de sociedad, tratarían de conciliar la creatividad y, por tanto, la divergencia y la transgresión de los niños, con normas cambiantes dictadas por el mercado.
Así, las oportunidades que pueden tener para ganarse la vida vienen marcadas por grupos de presión profesionales, políticos o religiosos que imponen su ley e inducen decisiones que contribuyen a perpetuarles en el poder.
Transgredir la norma supone el riesgo de quedarnos desubicados, pero cumplirla con excesivo rigor nos impide actuar.
La sociedad admite cierto grado de divergencia, cierto grado de vulneración. Son muchas las empresas que definen tareas para sus trabajadores. Pero éstas serían imposibles de ejecutar si no enriqueciéramos nuestro trabajo con actuaciones no normalizadas.
Los adolescentes y el arte son transgresores o no son nada.
Los adultos deberíamos crear cauces que permitan algo tan saludable como cambiar el paso de una sociedad que no es perfecta y que es más caótica de lo que parece.
La educación nos debe proporcionar herramientas para ordenar el caos. También la información y disciplina suficientes para hacerlo con libertad.
Vicente Gonzalo
Es habitual creer que entendemos un cuadro cuando reconocemos, en él, una imagen de nuestra realidad cotidiana, de la misma manera que decimos no comprenderlo cuando lo que aparece no es un objeto identificable.
Entonces ¿que propone Magritte con esa imagen?, ¿nos quería confundir? O ¿quería apercibirnos de nuestra confusión cuando nos aproximamos a una obra de arte?
Muchas de las muestras pictóricas anteriores al siglo XX, solían tener un componente narrativo. El arte era considerado un vehículo para contar otras cosas, generalmente al servicio del poder establecido, ya fuese la monarquía, la Iglesia o ambas.
El arte tenía una dimensión simbólica, y servía para dotar de mayor relevancia a una serie de valores o creencias. El artista, a pesar de su reconocimento o grandeza, ocupaba un lugar subsidiario. El magnífico Velázquez tenía, entre sus labores, la misión de encender la leña de la chimenea de Palacio.
Para el poder, el arte era un medio para permanecer. Para los pintores, las imágenes del poder eran pretextos para la consecución de su obra.
Los pintores naturalistas necesitan partir de realidades externas que luego transforman según sus intereses y capacidades. Magritte, en cambio, nos muestra algo reconocible pero, al mismo tiempo, nos dice que no es eso, que el cuadro es otra realidad distinta, que es pintura y materia.
Magritte nos propone una reflexión acerca del lenguaje y nos sugiere la necesidad de considerar la realidad pictórica y sus fundamentos.
Arte concreto definía Theo Van Doesburg a lo que habitualmente se entiende por arte abstracto.
Cuando el arte se vuelve hacia si mismo, cuando se concreta, aparecen el tono, los ritmos, la composición, la materia y el gesto. Percibimos su auténtica realidad, libre de compromisos con el poder, o con realidades que desvían nuestra atención hacia cuestiones que desde el punto de vista del artista son anecdóticas.
La diferencia entre un buen cuadro de otro que no lo es, radicaría en su construcción sensible y no, en que sea figurativo o abstracto-concreto.
Todo lenguaje es un intento de aprehender la realidad y, por tanto, es una vía de conocimiento. Con el lenguaje describimos lo que nos rodea, pero también hacemos nuevas formulaciones que transforman las estrategias de percepción y al lenguaje mismo. Sea científico o plástico, el proceso se inicia con una aproximación intuitiva, sigue con un análisis y concluye con una reflexión.
De cómo percibimos la realidad tiene mucho que ver el contexto cultural en que nos desarrollamos. Nuestros planteamientos lingüísticos poseen aspectos que definen nuestra cultura.
Por cultura se entiende, popularmente, una acumulación de conocimientos que confiere notoriedad a quien los posee. Pero el término es más amplio. Se trataría, más bien, de un gran sistema de clasificación de la realidad en el que se identifica lo socialmente aceptado, es decir, los convencionalismos sociales de lo que está bien y lo que está mal. Englobaría la producción consciente e inconsciente y nos ubicaría en una manera de pensar y ver el mundo.
La cultura hace, necesariamente, converger a los ciudadanos y permite comportamientos sociales eficaces. Sin embargo, estas convergencias o lugares comunes no explican toda la verdad. Cuando estudiamos otras lenguas y/o viajamos, nos damos cuenta, mejor, de las particularidades de la cultura propia y de la ajena.
La forma de construir las frases, los sonidos, las manifestaciones musicales, artísticas, etc son diferentes.
Lo mismo podríamos decir de las distintas subculturas en las que cada profesión se desarrolla. No ven el mundo igual un físico, un ingeniero o un pintor.
A veces la posición del analista o del objeto analizado varía. No es lo mismo observar el mundo a través de un microscopio que desde otro lugar. Si nos aproximamos a la naturaleza de la materia, microscópicamente, percibiríamos movimiento y vacío. La física cuántica está adquiriendo cada vez más importancia.
Si con Magritte consideramos el lenguaje pictórico y hablamos de la realidad exterior como pretexto. El contexto en que se desarrolla una acción transforma la naturaleza misma del objeto.
Marcel Duchamp escandalizó a la sociedad llevando un urinario a un museo. Este objeto, rebajado por su condición de recoger las inmundicias malolientes que caracterizan nuestros procesos metabólicos, se transformó en objeto estético al trasladarlo de contexto. En el museo se reparó en sus formas y cambió su función.
En los cuentos infantiles existen muchos ejemplos de los caprichos del contexto y su influencia en cómo nos ven o nos percibimos (La Cenicienta, El Patito feo, etc).
El contexto social o cultural no es estático, varía históricamente. Son muchos, los grupos o revoluciones, que tuvieron sentido en una época, pero que se desnaturalizan en otra.
Lo clásico sería aquello que no sucumbe a las veleidades de la moda, aquello que perdura. Identificar lo clásico con lo figurativo es otro error común. La vigencia de una propuesta no tiene, necesariamente, relación con la representación de la naturaleza. Esta puede ser constructivista, expresionista, cubista, ser naturalista o no serlo.
Con los objets trouvés, Duchamp propone otra mirada. Observar el mundo con ojos nuevos y transformar modestos materiales en objetos de lujo, es tarea de todo artista.
Los niños, que ven el mundo con ojos nuevos, que todavía no están sujetos a alienaciones demasiado convergentes, son capaces de producir obras de una gran dimensión plástica.
Picasso siempre quiso llegar a pintar como un niño y Dubuffet se inspiró en sus trabajos para proponer con su Art Brut composiciones no sujetas a convencionalismos.
Es un lugar común considerar el arte moderno como una broma o decir que lo que cuelga de las paredes de los museos lo pueden hacer niños de tres años. Es posible que la segunda preciación sea correcta, no así, la intención con que se dice. Probablemente un niño sea capaz de hacerlo, pero no cualquier adulto. La aparente torpeza, y la libertad, con que los niños realizan sus trabajos, tuvo un valor muy reconocido por las vanguardias del siglo XX.
El error, así considerado por los convencionalismos convergentes, ofrece la posibilidad de buscar nuevos caminos.
El pensamiento creativo está relacionado con la divergencia. La capacidad de asociar, libremente, ideas y de que éstas sean diferentes, puede conducir a soluciones, científicas o artísticas, que nos ayuden a mejorar.
Crear también supone tomar decisiones y, por tanto, la posibilidad de cometer errores y exponernos a la crítica. No todos están dispuestos a aceptar ese riesgo. El coste de luchar por la libertad es, a veces, tan insoportable que preferimos cambiarla por la simulación y el confort.
Las cuestiones que deberíamos formularnos, entonces, serían: ¿Qué grado de divergencia estaría dispuesta a asumir la sociedad para que pudiese funcionar con eficacia? y ¿Cuál sería la naturaleza misma de la eficacia?
Abraham Moles (Sociodinámica de la Cultura) nos habla de la función de los medios de comunicación en el acondicionamiento del mensaje. Son muchos los creativos, publicistas o periodistas, que pescan en las propuestas del micromedio intelectual, minoritario y elitista, para orientar la información y hacerla comprensible por el target al que va dirigido. El cine de Hollywood no es una excepción.
Los procesos educativos, que buscan la integración de los educandos en un modelo de sociedad, tratarían de conciliar la creatividad y, por tanto, la divergencia y la transgresión de los niños, con normas cambiantes dictadas por el mercado.
Así, las oportunidades que pueden tener para ganarse la vida vienen marcadas por grupos de presión profesionales, políticos o religiosos que imponen su ley e inducen decisiones que contribuyen a perpetuarles en el poder.
Transgredir la norma supone el riesgo de quedarnos desubicados, pero cumplirla con excesivo rigor nos impide actuar.
La sociedad admite cierto grado de divergencia, cierto grado de vulneración. Son muchas las empresas que definen tareas para sus trabajadores. Pero éstas serían imposibles de ejecutar si no enriqueciéramos nuestro trabajo con actuaciones no normalizadas.
Los adolescentes y el arte son transgresores o no son nada.
Los adultos deberíamos crear cauces que permitan algo tan saludable como cambiar el paso de una sociedad que no es perfecta y que es más caótica de lo que parece.
La educación nos debe proporcionar herramientas para ordenar el caos. También la información y disciplina suficientes para hacerlo con libertad.
Vicente Gonzalo